Ideas fundacionales...

...del Movimiento de Documentalistas.

Documento presentado por Miguel Mirra en el Primer Encuentro Nacional del Movimiento de Documentalistas.

Aunque el primer encuentro, en 1996, estuvo encabezado por la propuesta de analizar la relación entre documental y ficción, la primera idea fundacional y que movió la construcción del movimiento fue algo así como el intento de resolución de la opción contenida en la frase “el documentalista entre la mirada y la acción”. Ese fue el nombre de la primera publicación del Movimiento, una revista que acompañó el primer Festival nacional de cine y video documental que organizamos en 1997, en Avellaneda. Nuestra preocupación pasaba por sentirnos navegando entre la mirada, es decir el encuentro, y el movimiento, es decir la acción. En esa época nos llamábamos “Encuentro de Documentalistas”; con el paso del tiempo nos dimos cuenta que todavía nos estábamos encontrando, nos estábamos “semblanteando”. Ya llegaría el tiempo de movernos juntos, de pasar a la acción. La primera idea fundacional, aunque desarrollada con el tiempo, sería entonces el documental es acción.
Para la organización de ese primer Festival aceptamos el ofrecimiento del municipio de hacer los afiches. Dos días antes de la apertura, cuando los afiches llegaron, vimos con perplejidad que en toda la franja inferior aparecía, como si el Festival fuese parte de su gestión, el nombre del intendente. Luego de algunas idas y venidas, esa noche tomamos una decisión: tijera en mano los compañeros de difusión cortaron toda la franja inferior y se pegaron así los carteles. El Festival fue un éxito total y nadie se atrevió a reclamarnos nada. La noche de las tijeras despiertas forjamos la segunda idea fundacional del Movimiento, la de independencia política y, por añadidura, independencia del poder político y económico.
El nombre de “Movimiento de Documentalistas” recién lo adoptamos cuatro o cinco años después, luego que decidimos salirnos del corralito burocrático en que pretendía encerrarnos el área de cultura del municipio avellanedense en manos de la “alianza”. Saltamos el cerco y entonces nos pusimos en movimiento. En el escape hacia adelante dejamos en el camino a compañeros hasta allí muy valiosos, pero que no se animaron a correr el albur de un camino sin retorno y prefirieron mantenerse a la sombra del aparato institucional. En ese contexto confirmamos en la práctica algo que ya sabíamos: no se puede definir a nadie como una buena o mala gente independientemente de su relación con el poder.
Solamente unos pocos cruzamos el puente Pueyrredón y comenzamos a patear calles buscando dónde hacer base para volver a empezar. Hasta que con Diego Vilas y Fernando Alvarez comenzamos a reunirnos en un bar con billares que está al lado del hotel Bauen, hoy en manos de los trabajadores, muy cerca de Corriente y Callao.
Para esa época, volvimos a encontrarnos con un compañero mexicano, que nos había deslumbrado en el Festival de 1997 con una conferencia que sostuvo con verdadero conocimiento del tema y de los protagonistas: “La imagen documental en Chiapas”. Fernando nos aportó una cuota de pensamiento y política zapatista que nos llegó como una bocanada de aire fresco.
Empezábamos a definir un perfil. De ese encuentro y de los asiduos debates y discusiones surgió la siguiente idea fundacional, muy zapatista, por cierto: La humildad, la paciencia y la perseverancia en la organización y la voluntad, la inflexibilidad y la determinación en la confrontación.
Para comienzos del 2001 decidimos convocar el tercer festival nacional. Los funcionarios del instituto nacional de cine, a los que recurrimos pidiendo apoyo, ingenuos nosotros, nos hicieron ir como diez veces a recorrer pasillos y tocar puertas. Hasta que un día rescatamos del pantano burocrático la dignidad que nos merecíamos y decidimos, frente a sendos pocillos de café, no pisar nunca más el despacho de ningún burócrata. Y así lo hicimos. Esa fue la cuarta idea fundacional, más que una idea un sentimiento: no a los burócratas. No a los burócratas del cine, pero también no a los burócratas de la cultura; y no a los burócratas de la política, vinieran de donde viniesen.
Ya avanzado ese año 2001 nos topamos con otros burócratas. Mientras comenzábamos a organizarnos independientemente del gobierno y del estado al que caracterizábamos de “administración colonial”, un grupo de representantes de asociaciones y colectivos de documentalistas se reunían, dialogaban y acordaban con los funcionarios de De la Rua - sí, escucharon bien, con los funcionarios de De la Rua- en el instituto nacional de cine la realización de concursos para recibir... subsidios!. Nunca nos vamos a olvidar que en ese mismo momento infinidad de desocupados hambrientos recorrían las calles revolviendo tachos de basura mientras que otros, ya organizados, cortaban puentes y rutas.
Entonces planteamos, en una carta abierta, entre otros puntos, que nos negábamos terminantemente a participar de dichas reuniones por considerar que eran una traición al pueblo que se movilizaba contra el gobierno y que más que acordar con los funcionarios había que enjuiciarlos. Y quedamos aislados. No los voy a nombrar, pero sí les voy a decir que los burócratas de todos grupos conocidos participaron de ese “contubernio”. Al mismo tiempo, como siempre pasa con los burócratas de toda especie para justificarse ante sus “bases”, nos acusaron de sectarios, divisionistas y hasta de malas personas... A partir de ese episodio catalizó otra idea fundacional: nada de representantes, delegados, dirigentes, es decir burócratas del documental. Sólo nos relacionamos con iguales y entre iguales, y cada uno se representa a sí mismo. Nadie decide por nadie y cada uno piensa con su propia cabeza.
En septiembre de 2001, organizamos el III Festival Nacional de Cine y Video Documental. El salto fue cualitativo. Más de veinte compañeros participaron de la organización. El 19 de diciembre de 2001, en un local prestado por el Medh, donde funcionamos por un tiempo, se realizó la primera reunión multitudinaria. Ahí se concretó la convocatoria a todos los realizadores del país a participar de la construcción del Movimiento de Documentalistas. Esa misma noche nos movilizamos a la Plaza de
Mayo, y también al día siguiente.
Entonces se inició otra etapa. Inauguramos el sitio en Internet, Beatriz Cabot comenzó a organizar el área de fotografía documental y Soledad a editar el boletín Los Documentalistas. También llegó Jorge Falcone, con su rica cuota ideológica y poética. Y más adelante muchos otros compañeros y compañeras. El Movimiento de Documentalistas creció cuantitativa y cualitativamente. En la organización y en la acción. En la formación y en la difusión de la actividad documentalista. A nivel nacional e internacional. Entre los verdaderos documentalistas, entre los trabajadores de la cultura y en el seno de los nuevos movimientos sociales.
El 27 de Mayo de 2002, instauramos el Día del Documentalista en un acto multitudinario de homenaje a Raymundo Gleyzer, desaparecido en esa fecha de 1977 por la dictadura genocida. Y con ello, otra idea fundacional, el documental es acción, con memoria.
Sin embargo, habríamos de dar otras batallas. Desde comienzos de 2002 varios grupos de audiovisualistas de origen estudiantil lanzaron la consigna de producir contra información. Por supuesto nuestra respuesta no se hizo esperar. En ese tipo de propuesta, el protagonista social es ajeno a la generación, la elaboración, y la distribución del producto informativo, y es mantenido como un mero consumidor de lo que otros producen para él. Por ello, además de otras razones como el tipo de tratamiento temático y formal, hicimos público nuestro rechazo de plaño a adoptar la contra información como modelo de producción comunicacional.
Pero la propuesta de controlar los procesos comunicacionales de los trabajadores, de los sectores populares y de los nuevos movimientos sociales apareció una y otra vez disfrazada con diferentes nombres, formatos y soportes conservando su esencia usurpadora y manipuladora de la producción de información en nombre de los verdaderos protagonistas de los procesos de movilización social. Por ejemplo, los noticieros obreros, aún a pesar de sus estrepitosos fracasos, así como el novedoso engendro paternalista y foquista de la televisión “piquetera”.
Es que la contrainformación como práctica comunicacional en la actual etapa, ya sea por la vía noticieros obreros, por la de videos propagandísticos, o por la de la television “piquetera”, es una variante de la pequeño burguesía intelectual desesperada que da manotazos de ahogado para no perder el protagonismo que detentó en el terreno de la comunicación “progresista”. El mecanismo de estos grupos consiste “inventar o recrear” canales de comunicación que puedan controlar para ofrecerlos como la panacea en los barrios y en las empresas recuperadas y no quedar así subordinados a los procesos comunicacionales que desarrollan los nuevos movimientos sociales de manera independiente y autogestiva.
En estas batallas confirmamos algo que sabíamos: que nunca trataríamos de usurpar el protagonismo a los trabajadores ocupados y desocupados en el terreno de la comunicación y de la producción documental y que nuestro mejor rol debía ser el de entregarles las herramientas para que ellos mismos produjeran su imagen y sus propios mensajes sin depender de grupos o medios ajenos, incluidos nosotros mismos. Y de allí también la conclusión que se convirtió en principio básico del Movimiento fue: ninguna relación con los usurpadores del protagonismo social en la comunicación.
Pero hasta aquí hay sólo una parte. Falta la idea fundacional que da al Movimiento su perfil y su identidad más acabada. El Movimiento de Documentalistas se convirtió entre los años 2002 y 2003 en un Movimiento Internacional.
Comenzamos a conocer y compartir las experiencias de realizadores de otros países del mundo, tan oprimidos y explotados como el nuestro. Nos alejamos así definitivamente de los pequeños burócratas de entrecasa que sólo pueden desarrollar actividades mendigando subsidios al estado; un estado claramente convertido en administracion colonial. Nuestros compañeros de otros pueblos que luchan por su dignidad nos hicieron comprender que un estado que pacta con el imperio genocida se transforma en un estado cómplice y sus funcionarios políticos en partícipes necesarios. Más que pedirles subsidios, habría que enjuiciarlos.
En este contexto organizamos el primer Festival Internacional del Documental Tres Continentes Buenos Aires 2002. Y al año siguiente realizamos un acuerdo con la Asociación de Documentalistas de Sudáfrica para la realización del Segundo Festival Internacional Tres Continentes del Documental, en Johanesburgo y Cape Town. Allí se resolvió realizar la tercera edición en Asia, más precisamente en India. Se dispuso, además, que se realicen Festivales continentales que servirán de preámbulo y selección de los materiales que representarán a cada continente al III Festival Internacional. Asimismo, se resolvió convocar a realizadores de Oceanía y de las minorías de Europa y el norte de América para las cuales se abrirán secciones especiales.
Durante el Festival, se constituyó el Movimiento Internacional del Documental Tres Continentes, Asia, Africa y América Latina y se redactó una declaración inaugural que, entre otros puntos, se pronuncia por la plena vigencia de los derechos humanos en todo el mundo, contra toda forma de colonialismo, contra el monopolio de la biodiversidad, por el derecho de los pueblos a rebelarse contra la opresión y por la inmediata retirada de las fuerzas de ocupación extranjera de Irak y Palestina.
Confirmamos en la práctica la idea que le dá en definitiva al Movimiento su carácter más acabado: el Movimiento de Documentalistas es soberanamente solidario con los trabajadores explotados y los pueblos oprimidos del mundo que luchan por su liberación.

Es todo, que no es poco, creo.

Sin embargo, hay algunas ideas más que hoy vemos que estuvieron desde el principio: el trabajo colectivo y voluntario, la toma de decisiones por consenso, la solidaridad entre compañeros, la reciprocidad en las relaciones, la identificación con los oprimidos y los explotados. De cada uno según su posibilidad a cada uno según su necesidad.

Ni más, ni menos.